Si hay algo que nos haga recordar y nos lleve a otros tiempos y lugares son los olores.
Yo, nacida en Ayora (un pueblo del interior de Valencia rodeado de pinos, olivos y miel) pasaba algunos días de verano en un municipio de la Ribera Alta en el que abundan los naranjos. La familia en cuya casa nos alojábamos guardaba en un rincón del garaje leña de naranjo y, año tras año, en cuanto la puerta se abría, el olor de esa madera atípica para mí me hacía sentir bien. Eran de mis días más esperados del año: salía de vacaciones, iba a la playa y todo el mundo a mi alrededor estaba feliz.
Con los años y la edad dejé de ir a esa casa, y mi mente olvidó. Pero hace 15 años llegué a Betxí, y cuando entré en el “corral” de Pau el olor de la leña me devolvió todas esas emociones y recuerdos dormidos que seguían en mí. La inocencia de la infancia, la alegría de aquellos días y la nostalgia de los tiempos que se sabe nunca volverán.
Aún hoy, cada comienzo de curso, cuando compro un libro escolar y meto la nariz entre sus páginas, el olor a tinta y a papel me hace volver a ser esa niña que jugaba en la calle en verano y esperaba la llegada del colegio.
El olor a hierba recién cortada, la crema solar, las flores, el pan recién horneado o el café son olores que nos hacen sentir bien.
Y aunque con la vista (o el móvil) guardamos imágenes de todo lo que nos rodea, son los olores los que nos traen los más bellos recuerdos. Porque, ¿quién no ha añorado algo o a alguien al oler un bizcocho casero, la tierra mojada o una colonia de bebé?
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