La cruz junto al calvario.
La sentencia del Tribunal Supremo es clara y no recurrible: la cruz debe ser repuesta a su antiguo lugar, al lado de la puerta del calvario. Si bien no cuestiona los daños de la cruz, por un defecto de forma, la falta de una resolución detallada de la alcaldía para el traslado de la Cruz a su nuevo hogar, da la razón a los demandantes “Abogados cristianos” en esta cruzada en defensa de las cruces en toda España.
Cuanto amor parece tener la iglesia cuando los brazos abre a defender aquellas cruces vencedoras y qué pronto los cierra cuando se trata de reparar la dignidad de las “cruces” de los vencidos, tan lejos de aquellas palabras… “Amaos los unos a los otros”. Con la apariencia de defender sentimientos religiosos, en realidad se aferran a las políticas de tiempos pasados, al recuerdo permanente de la España católica vencedora. Enfrentarse a sus poderosos medios, “amargo llanto promete” es caminar sobre una cuerda floja. Ya lo advirtió Cervantes, un creyente refranero, en su inmortal obra “con la iglesia hemos dado, amigo”. Mientras el genio de la sátira, el gran Quevedo, era escéptico con los refranes, “no todos los refranes, amigo mío, tienen el crédito de verdaderos”. Sin embargo, nuestro alcalde era más adicto a las sentencias, “todos los caminos conducen a Roma”. Y en una reluciente mañana, en que la razón no acudía a su rescate por abandono del coraje, a causa del vértigo que podía causarle la pérdida de feligresas voluntades, eligió la ruta de las sombras de la duda, las “heridas” de la cruz, provocando incertidumbre en la ciudadanía al no apostar por las luces que curan la oscuridad, las verdades que traen las leyes a tal fin aprobadas por el parlamento español. Su loable empeño y errático proceder en trasladar la cruz nos arrastra a un sonoro y doloroso escarnio de un ridículo de grandes dimensiones. La cruz, sufridora de las llagas del tiempo, resucitada de su silencio de las tristes sombras dolorosas del corazón del camposanto, torturada erguida y orgullosa con la sonrisa victoriosa en su piedra muda vuelve junto a sus alegres compañeros del calvario: el pino piñonero, la mimosa, el pequeño magnolio y el árbol del amor. La iglesia y sus aliados Abogados Cristianos, brindarán en cruzadas risas triunfales la victoria conseguida.
El PSOE local, en agosto de 2017, por medio de su portavoz en el ayuntamiento, Josep Lluís Doñate, redactó un informe detallado —que fue desestimado por el equipo de gobierno— para la eliminación de la cruz, que entraba de lleno en la ley de memoria histórica de Zapatero, aprobada por gran mayoría en el parlamento español para “reparar y articular la eliminación de la simbología que exaltara el antiguo régimen”. En un apabullante informe basado en documentos oficiales de la época, demostraba, sin ninguna duda razonable, que la cruz podía ser retirada basándose en la ley de memoria histórica. Pero no hay motivo más claro que el recordar despacio, con fervor sosegado y sin ira, las verdades que encierra la cruz en las circunstancias ambientales de la época.
Al inicio de la Guerra Civil, el cardenal primado de España, arzobispo de Toledo, Isidro Gomá y Tomás, manifestó: “la guerra española no es una guerra civil, sino una lucha de los sin Dios contra la verdadera España, España contra antiespañoles, la civilización cristiana contra la barbarie”. El Papa Pío XII declaraba: “la democracia es el negligente dominio de las masas”. Terminada la guerra, mandó un efusivo telegrama al generalísimo: “levantando nuestro corazón al Señor agradecemos sumamente en vuestra excelencia, deseada victoria católica en España”. En sucesivos años, al “Salvador” la iglesia romana le inundaba de honores; hijo predilecto de la Iglesia, justo paladín defensor de la Fe y la máxima condecoración vaticana —1945— “La suprema orden de cristo”. Como vemos, no se hablaba mucho de religión y sí de política. En el nuevo Estado español constituido en confesión católica, la iglesia se convirtió “en el buen pastor que cuida y apacienta las buenas ovejas”, el gobierno, el perro guardián que apartaba a las “descarriadas” de los verdes buenos pastos. Con prontitud, la política vencedora llenó las calles y plazas de honores en memoria de la gran victoria.
Betxí no fue una excepción. En la 1ª legislatura democrática municipal —1979/1983— tras un dictamen aprobatorio de la comisión de gobierno para la sustitución de las calles franquistas, el portavoz socialista y primer teniente de alcalde, Josep Lluís Doñate, con emotiva valentía y determinación en asumir los nuevos valores socio-políticos, defendió la moción en el pleno del ayuntamiento presidido por Manuel Peirats. El 29 de junio de 1979, empezaba en Betxí, la esperada reparación; la plaza del Caudillo sería la Plaza Mayor; la Avenida Jose Antonio Primo de Rivera —jefe de la antigua falange española— por 1º de Mayo; la Calle División Azul —en honor a miles de voluntarios enviados por Franco al frente ruso junto a la Alemania nazi— por País Valencià; la Calle 18 de julio —día del alzamiento nacional— por Constitución. En el acuerdo plenario de septiembre de 1982, se sustituyó Calle Ejército español por el buen médico D. Vicente Ortells; Calle 1 de julio —día de la entrada de las tropas nacionales en Betxí— por Ausiàs March y la calle de nueva creación, D. Rafael Doñate en honor al apreciado médico local.
En 1961, al remodelar La Plaza Piedad, con un bonito jardín, la corporación consideró oportuno “el traslado de la Cruz de madera en memoria de los caídos por Dios y la Patria junto al recinto del Calvario y llevar a cabo una nueva construcción en forma más saliente y decorosa, de acuerdo a los fines que se persigue”.
La plaza piedad con la cruz de madera.
El día 1 de julio de 1963 —día de la entrada de las tropas nacionales al pueblo— se inaugura la nueva cruz con ofrenda floral por los caídos por el bando nacional, junto con una buena representación de autoridades locales, provinciales, militares y eclesiales, acompañados de numerosos vecinos del pueblo, como se puede ver en el libro 25 AÑOS DE PAZ EN BECHÍ, editado por el ayuntamiento en 1965.
1 de julio de 1963, durante la inauguración de la cruz de los caídos.
Estos informes demuestran con claridad el sentimiento político del régimen y los motivos en ensalzar mediante la cruz a todos los caídos por Dios y por la patria. Era la política bendecida por la iglesia que poco tiene que ver con los postulados religiosos. Los del alma caritativa, con candidez, escandalizados, se preguntan ¿Qué daño hace esa cruz, si despierta o dormida, está muda de principios? Pero la claridad de las imágenes gráficas y los sentimientos y dedicatorias de los poderes de la época no admiten dudas. La iglesia tiene gran influencia en el proceso de formación de mentes. Y en su reflexiva lucidez cristiana, debería mostrar más coraje y comprensión reparadora ante las humillaciones de las cruces vencedoras, ayudando a cerrar las heridas de más de 80 años.
El olvido se purificará con la paz, pero no vibrará la amistad ni la concordia en los corazones mientras brillen honores en las vías públicas de los vencedores y sigan “cruces” enterradas en las cunetas sin dar descanso en un lugar digno a los vencidos.
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