Fecha indeterminada. Década de 1970.
Betxí.
Pilar se levanta, como cada día, a las 4:00 de la madrugada. Después de arreglarse y beber un café casi hirviendo, sale a la calle para encontrarse con Carmen en el cruce entre el Camí Real y la calle Trinitat para subir juntas a la escuela, ubicado en la zona más elevada del pueblo, donde Pilar y Carmen se encargan de limpiar las aulas desde hace unos años. Es invierno y el frío se siente en cada hueso y en todas las rígidas articulaciones. Pilar va cubierta con varias capas de ropa, dos pares de calcetines, guantes y gorro de lana y una braga que le cubre el cuello y la cara a la altura de la nariz, aunque eso no le impide oler el pan recién horneado —paroxismo del placer olfativo— cuando pasa por delante de la panadería de Maribel. Las calles están desiertas y oscuras y una ligera neblina las viste de gris ceniza con alguna ligera pincelada plateada. Un constante viento sopla haciendo que la sensación térmica descienda varios grados. Carmen llega tan solo un par de minutos después que Pilar. Se dan los buenos días y sin cruzar más palabras emprenden el camino hacia la escuela. Los pasos resuenan por la calle Trinitat mientras las dos mujeres andan cogidas del brazo dándose calor mutuamente. Un perro parece ladrar incansable a lo lejos, seguramente asustado por el constante ruido de las puertas de hierro de los garajes que el viento zarandea sin cesar. Un gato negro con una mancha blanca en el pecho maúlla tímidamente antes de cruzar la calle y colarse por el ventanuco de un caserón abandonado al final de la vía. La niebla cubre el pueblo como si fuese un manto que algún misericordioso dios lanzara desde el Olimpo; como una señal para que los habitantes de Betxí no se les ocurra salir de casa. Esta noche no. Cuando llegan al término de la calle la bruma se difumina por completo y algo les deja perplejas; hay un resplandor por la zona de Montserrat que ilumina parte de la montaña y la zona de la mina. Da la sensación como si detrás de estos montes haya aparecido un pueblo fantasmal cuyas luces ascienden y resplandecen todo lo que hay alrededor. Pilar y Carmen se detienen sin dar crédito a lo que ven sus ojos. Es tal el resplandor que emana a lo lejos que parece que el sol haya roto todas las leyes conocidas y, contra todo pronóstico, en lugar de despertarse por el mar de Burriana ha decidido hacerlo por las Peñas aragonesas. No obstante, tan solo pueden ver los restos de una luz cuya fuente está fuera de su visión. Aún así, observan los pinos a lo lejos cómo bailan al son de un viento que empieza a silbar con más fuerza entre ellos. Asustadas, miran casi sin pestañear cómo se inclinan los árboles unos en otros como gigantes confesándose el terrible origen de las luces para luego escandalizarse con grandes brazos en alto, como si la revelación de tal misterio fuese tan aterrador que perturbará para siempre la paz en las montañas. Pilar y Carmen, deciden acelerar el paso para llegar lo antes posible a la escuela y sentirse a salvo. Ahora sí se pueden escuchar claramente los ladridos y aullidos salvajes de varios perros por los alrededores del pueblo. Betxí duerme ignorando que algo insólito se está produciendo muy cerca de sus hogares.
Al llegar a la escuela el miedo les da una tregua. Durante la siguiente media hora van limpiando las mesas, pizarras, pasillos y baños. Todo transcurre con normalidad hasta que, al llegar a un aula donde estaban las persianas casi bajadas por completo y las luces apagadas, Pilar observa que por los diminutos agujeros de las persianas están penetrando unos hilos de luz que alumbran parte de la estancia. Pilar llama inmediatamente a Carmen y las dos, llenas de pavor, se acercan a la ventana para levantar la persiana. Al tirar de la cuerda para subirla, el engranaje interior rechina haciendo que el sonido inunda toda la planta. Poco a poco, las dos mujeres observan que el patio del colegio está iluminado como si hubiesen pasado horas y fuera ya mediodía, aunque todavía es de madrugada. Cuando la persiana está totalmente levantada, ante ellas, el horror. Esa campana de irrealidad que se produce cuando alguien se enfrenta a lo desconocido, a lo irreal. La fractura de toda realidad posible. Delante de ellas, una luz enorme flota estática encima del colegio. No es una luz que sale proyectada de una estructura sólida; simplemente una luz, como una entidad propia, que se mantiene en el aire. No está intentando alzar la escuela, no. Es una esfera gigante de luz casi blanca que, por sus dimensiones y potencia, ilumina de forma casi involuntaria todo el edificio, pero es de tal intensidad que hace que la noche haya desaparecido en favor de un radiante día. Sin embargo, lo más terrorífico no es lo que las dos mujeres están observando paralizadas, lo que hace que se les hiela la sangre, es el atronador silencio que reina en la madrugada. Ya no hay viento, no hay sonoridad. Lo que sea esa maldita luz no emite sonido alguno. Parece que hayan entrado en un espacio donde el tiempo se haya detenido. También han cesado los ladridos de los perros. Y la esfera de luz sigue estática en el cielo, a unos cuantos metros de la azotea del colegio, pero es tan descomunal que quizás no esté tan cerca como parece. Cuando consiguen recomponerse, bajan lentamente la persiana; cada rechinar de la polea es como un puñal clavado directamente en el pecho. Están aterradas. La histeria les invade y al bajar por completo la persiana se van corriendo a esconderse en los baños. Las dos abrazadas rezan a todos los santos, vírgenes y cristos que conocen.
Pasan las horas y no se atreven a salir, creen que el pueblo estará viendo esa luz e inmediatamente irán a rescatarlas. Pero eso jamás sucede. Sin embargo, llega la hora de abrir el colegio y nada extraño ocurre; los niños corretean por los pasillos, el sonido de las puertas abriendo y cerrando, la sirena del colegio y las madres despidiendo a los hijos. Es entonces cuando Pilar y Carmen se atreven a abandonar el baño. Se dirigen directamente a hablar con el director del colegio, pero antes se asoman por la misma ventana que habían visto hace unas horas esa esfera de luz. Ni rastro. No hay nada en el cielo, aparte de un maravilloso sol. Cuando llegan al despacho del director, las dos piensan lo mismo: “¿Quién nos va a creer?”. Deciden irse sin hablar con nadie de lo sucedido. En los parques los pájaros cantan, los comercios abren, los hombres se van al campo a trabajar, la gente charla y disfruta bajo el sol. Cuántas cosas sucederán cuando las penumbras se apoderan del mundo, cuando la luna destierra al sol. Cuando hasta Dios está durmiendo. Es en ese momento cuando la oscuridad gobierna y destierra la lógica y todo es posible en el mundo de las sombras. Nadie en todo el pueblo dirá nunca nada sobre este suceso. Si alguien vio algo parece que se lo llevará a la tumba. Pilar y Carmen nunca hablarán entre ellas de lo que han vivido.
Han pasado cincuenta años. Jamás tuvieron ningún otro encuentro con algo similar. Los años pasan, pero Pilar sigue recordando aquella esfera gigante de luz. Han sido escasas las ocasiones en las que ha cedido ante las peticiones de los más conocidos al preguntarle por la experiencia. Nunca cambió su versión. Y siempre, siempre, dice lo mismo, tanto tiempo después, al preguntarle por la luz de aquella lejana noche de invierno…
—Todavía tiemblo al recordarlo.
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