Julio ha llegado con una sonrisa precoz anunciando el verano. Cuando me levanto siento el aroma del mar, tarareando su estribillo dorado.
Abro las ventanas cuando ya está amaneciendo, para sentir el frescor de la hierba, de los jazmines, recordándome que el verano ya ha vuelto. He decidido preparar las maletas para pasar unos días en la playa y disfrutar de unas deseadas y merecidas vacaciones en la Costa Blanca.
Sin perder un instante, subo a la habitación a preparar las maletas, abro de par en par los cajones del armario para sacar los bañadores, pareos, blusas, camisetas y vestidos de sedas y algodón, chanclas, y sobre todo, de mi pamela con un lazo azul que se conserva intacta y que guardo con especial cariño, ya que fue un regalo de mi hija.
Siento a través del oleaje, cómo despierta en mí muchas sensaciones placenteras, de calma, con sus colores, sus sonidos, la brisa, su olor a maresía, el vaivén de las olas… cuando me sumerjo en el mar, siento el abrazo de sus blancas y espumosas olas engrandeciendo el alma mía.
El aroma a sal marina, al olor de la crema bronceadora, me trasporta a mi infancia en la cual me hacen revivir momentos especiales, cuando veraneábamos toda la familia en Benidorm, y donde aún conservo la foto color sepia con mis hermanos y yo sentados en una gran piedra cerca de la playa.
Aquí, en la playa, veo a los niños jugar con sus cubos de plástico modelando castillos de arena. Cuando el aire huele a salitre, me siento como en casa, cuando las suaves olas bañan la ardiente arena de la playa, oigo la voz queda de mi madre que me dice: “Ven, hija mía, quédate, descansa y disfruta del mar.”
Porque los sueños forman parte de nuestra vida, pero también la vida forma parte de nuestros sueños.
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